Nuestra época vive una gran ignorancia sobre el futuro, teniendo en cuenta que, cuando hablamos de futuro hoy en día, cinco años ya son muchos. Por eso el futuro de hoy es más incierto que el futuro de ayer. Esta mayor incertidumbre parece que es el precio que tenemos que pagar por los grandes avances tecnológicos.
Como sistema autopoiético que somos, dado que continuamente nos vamos formando a nosotros mismos, la libertad de cada persona debería poder escoger, dentro de sus propias experiencias, la construcción o continua modificación de su proyecto de vida. Precisamente por ello, el conocimiento es clave para alcanzar la libertad, de forma extrema, la máxima reivindicación humana. Entendemos, además, que sin esta libertad es imposible una justicia global que permita crear un marco cultural ético donde la razón y el conocimiento sean el máximo de equitativos o, al menos, la posibilidad de acceder a estos dos conceptos sea posible para todos los seres humanos.
Hoy en día, vivimos una cultura donde prevalece el corto plazo, la inestabilidad, desaparece la confianza en los demás y en uno mismo, reinan la discontinuidad y la incertidumbre. Bajo las condiciones de modernidad, ningún conocimiento es conocimiento tal y como se entendía antes. Ahora todo cambia rápidamente. Los sistemas de información modernos transforman, definitivamente, la sociedad. Además, la nueva economía depende de un incremento drástico de la productividad derivado de la capacidad de utilizar la nueva tecnología de la información, la cual se basa en el conocimiento generado por unos recursos humanos cualificados y una buena infraestructura de comunicaciones.
Por todo ello, ahora más que nunca las instituciones políticas, legales y económicas tienen unas dificultades terribles para adaptarse a esta nueva realidad. El primer paso para encontrar una solución, sin embargo, es saber entender el problema. Las instituciones deben abrirse a la nueva era, pero sin menospreciar las necesidades del individuo, el cual debe ser el centro de todo. Cuando más conocimiento, más necesidad ética y espiritual para que el individuo sea el epicentro de todo. Los inicios del siglo XXI nos han demostrado cómo los movimientos sociales de todo el planeta están pidiendo más protagonismo y también como gracias a las redes se han conseguido crear las primeras revueltas democráticas en el norte de África. La democracia global ha comenzado su camino.
La rapidez de los cambios, por otra parte, nos muestran como la calificación no es suficiente, ya que los cambios tecnológicos van superando constantemente la definición de conocimientos apropiados. Este es un hecho clave de la nueva economía, la cual busca, el incremento de la productividad y de la calidad de la producción en base el conocimiento. Precisamente por ello, la forma en que cada empresa y sociedad desarrolla su propia base del conocimiento determinará su futuro.
Recordamos aquí a nuestro querido profesor Humberto Maturana cuando defiende que <<la educación es la tarea central en la configuración de un espacio de convivencia>>. Si la nueva economía plantea estos retos tan importantes, la educación tiene la responsabilidad fundamental de crear ciudadanos con unos valores que sepan crear la necesaria convivencia pacífica y justicia sociales. El mismo Maturana continúa afirmando que, sobre todo, <<el compromiso central de la educación es dar atención, fomentar y guiar a los niños en su crecimiento como seres humanos responsables, socialmente y ecológicamente conscientes de que se respeten a sí mismos. El punto de vista explícito o implícito de lo que es la educación, o de lo que debería ser para los padres y maestros, depende de los puntos de vista que los miembros de la cultura tienen sobre el conocimiento, los propósitos de vida y los asuntos de la existencia material y espiritual>>. Uno de los peligros, pues, es preparar más técnicamente que no humanamente a las personas. Creemos firmemente que ambas cosas son perfectamente compatibles. El tiempo y el talento serán los bienes comunes de mayor demanda y serán propiedad del individuo, no de una corporación, cambiando así de forma radical el equilibrio del poder. La educación será, una vez más, algo apreciado y precioso, en todas las edades y en todas las clases. Las circunstancias nos han de convertir a todos los individuos en filósofos: personas que piensan y reflexionan.
Entre todos hemos de estimular la curiosidad y el pensamiento crítico, introducir cuestiones éticas en las relaciones entre conocimiento, investigación, práctica, especie humana y medio. Hoy más que en ningún otro momento histórico, vivimos en un mundo global donde todos los problemas nos afectan de alguna manera; esto quiere decir que todos debemos estar representados en el gran debate mundial que la sociedad de hoy y del futuro deben emprender si realmente queremos un mundo justo y sostenible. Ya hemos sufrido el hecho de que con la crisis global, el libre mercado ejercido casi sin restricciones y las nuevas tecnologías, la responsabilidad individual ha desaparecido y, con ella, la economía occidental y su capitalismo reclaman un replanteamiento moral. Por eso todo juntos debemos ser artistas creativos de nuestro futuro, motivo por el que necesitamos la capacidad de imaginar y de filosofar, porque esta necesidad es cada vez más frecuente en la vida de una persona. No en vano, antes una idea de futuro podía servir a un individuo para ocupar toda su vida; hoy, sin embargo, necesitamos un replanteamiento constante de nuestro futuro inmediato, así nos lo marca la nueva definición de espacio y de tiempo. Estos proyectos de vida deben tener incorporada una responsabilidad ética pues somos las personas las que hacemos o no una cosa y, por tanto, las que somos responsables directos.
La explicación anterior nos hace pensar en el peligro que puede correr la democracia si la información de la red y un razonamiento mental para digerirla débil continúa ganando terreno en la sociedad moderna. El trabajo de los valores, de la tolerancia y el diálogo no demagógico de la mayoría, resulta clave para que las posibles tentaciones de unos pocos no conviertan la democracia en una herramienta que recorta las capacidades y, por tanto, las libertades de individuos sin recursos. Y es que el diálogo democrático debe tener como uno de sus objetivos promover el reconocimiento de las identidades plurales de las personas.